
Mi bisabuela era de esas mujeres que tenían una “cura para todo” con un jardín lleno de hierbas y veladoras de colores para el mal que eligieras. Un tecito de esto para las reumas, una untadita de esto para los dolores femeninos, la velita a este santo para la buena fortuna… Después de su muerte, el jardín de mi casa dejó de tener tanta hierba mágica, pero los cirios y la flor de manzanilla siguen adornando la cocina. Ella, como muchas personas en los países de nuestra región criadas en un región pobre rodeada de misas y sincretismo cultural, ponía su fe en los santitos, los amuletos y las curas de pueblo. Pero incluso mi abuelita sabía que la fe, las veladoras, las estampitas y las hierbitas no eran suficientes para aliviar los males del mundo. Aunque… tal vez alguien podría convencerla de lo contrario.
Hace unos días el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sacó en plena conferencia de prensa sus estampitas preferidas que lo protegerían con la actual pandemia del COVID-19 (coronavirus). A unos miles de kilómetros de distancia su homólogo colombiano, Iván Duque, pidió fervorosamente al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen de Chiquiquirá que lo protegieran a él y al pueblo colombiano del coronavirus. Por su parte el Papa Francisco, líder de la iglesia católica, invitó a los fieles religiosos rezar un Padre Nuestro en el mismo horario para pedir por esta pandemia. Y es que, pareciera que los tres líderes tienen buenas intenciones al rezar y creer en misticismos protectores, pero la cosa no va por ahí. Por lo menos no para México.
Históricamente la religión y las creencias populares han sido usadas por líderes para acercarse más a su pueblo, sobre todo a las clases marginadas que pueden ser más fáciles de manipular. El uso de amuletos, santitos y oraciones hace de los presidentes y líderes “uno más del pueblo”, uno más que le reza a la virgen de su devoción para ser curado. En el caso específico de México mucho ya se ha hablado de la ineficiencia y falta de seriedad por parte del presidente AMLO, quien ha hecho declaraciones no solo controversiales, sino ridículas. Memes y publicaciones sobre sus estampas y amuletos se han propagado a gran velocidad por todo el internet, desatando la risa de algunos cuantos. Sin embargo, las acciones del presidente no son únicamente problemáticas para su imagen mediática o reputación alrededor del mundo sino que realmente podrían impactar en aquellos más vulnerables ante los efectos del virus.
El hecho que el líder máximo de nuestro país afirme que tiene una protección contra el coronavirus y que aquellos amuletos son suficientes para impedir que algo lo suceda; el hecho que el encargado de salvaguardar los mecanismos de salud en México afirme que la “fuerza moral” basta para no enfermarse; es realmente problemático. Porque claro que AMLO y sus allegados tienen al alcance de su mano los servicios de salud que deseen y serán los primeros en recibir atención médica y con el tiempo, la vacuna creada para combatir la pandemia, pero esa no es la realidad de más de la mitad de los mexicanos. Puesto de otra manera, si yo veo que mi presidente, al cual le confié mi voto, mi bienestar y que espero me entregue información de primera mano, no acata las recomendaciones globales sobre sana distancia, protección y demás, menos lo haré yo. Yo que tengo que salir a trabajar todos los días tal vez con un cubrebocas, tal vez sin nada, estaré bien porque él me aseguró que mis santos me protegerían. Yo que tengo diabetes y soy vulnerable ante el virus estaré bien si rezo en el metro a hora pico.
El problema de creer que estamos protegidos con una veladora o una estampita vieja en nuestra cartera y que así como a él nada le pasa, a nosotros tampoco, demuestra la irresponsabilidad y falta de empatía de nuestro presidente. Usar la religión y las creencias populares a manera de discurso político para sentirse uno más del pueblo, parece ser una estrategia para prevenir la histeria colectiva respecto a la pandemia y crear un sentimiento de identidad entre los más vulnerables. Pero es que AMLO dejó de ser pueblo hace mucho y no termina de entender que México no tiene los suficientes recursos para atender miles de posibles casos de coronavirus, que nuestro sistema de salud probablemente colapse y que, contrario a lo que podría pensar el gobernador de Puebla, los pobres serán los más afectados. Es entonces un acto irresponsable mostrarse despreocupado ante una crisis que costará no solo la vida de miles de familias, sino también su popularidad en la presidencia.