Para los y las privilegiadas que tenemos la oportunidad de permanecer en nuestras casas durante la contingencia del COVID-19, una nueva forma de convivencia social está poniéndonos a prueba. No únicamente por los efectos psico-emocionales del “encierro” o la posible dificultad tecnológica para realizar nuestro trabajo de manera remota, sino la constante interacción con nuestras parejas, padres, hijos y demás familia. En el caso de los hogares dónde conviven parejas heteronormadas o en las cuales hay una presencia masculina, la interacción del hogar puede volverse dispar e incluso tediosa. Las mujeres estamos ya acostumbradas a ser multifuncionales y los hombres estamos preparados para ser los ayudantes estrellas, pero ¿por qué ayudamos en un espacio que co-habitamos y del cual somos igualmente responsables?
Desde nuestra infancia nos hemos acostumbrado a ver las actividades del hogar y el cuidado de los hijos como responsabilidades de las mujeres. Todos los medios de comunicación históricamente nos han bombardeado con imágenes de madres y mujeres lavando con el mejor detergente existente, yendo de compras y ahorrándose unos pesitos para el gasto, cuidando del esposo y de sus hijos (incluso cuando ya son adultos, untándoles pomada o recetándoles algo para la tos). Nunca son los hombres quienes se hacen cargo o comparten la responsabilidad. Ellos bailan y se alegran cuando los pisos huelen fabuloso pero no son quiénes los trapean. Las empresas con productos diseñados para el hogar, los medios de comunicación y la educación nos han hecho pensar que las mujeres somos quienes hacemos todo. Nuestras madres, abuelas y bisabuelas fueron expuestas a las mismas enseñanzas y como buenas hijas, hicieron caso. El resultado de ello es que, hasta la fecha, los hombres – llámese hijos, parientes, esposos o padres – son ayudantes y no co-responsables en condiciones de igualdad en un hogar.
Pensemos en nuestros hogares, comúnmente clase-medieros con mucho más privilegio que millones de personas. En ellos, nos acostumbramos a ver a mamá cocinar, planchar, lavar, recoger, cuidarnos al estar enfermos, y crecimos suponiendo que todo eso no era más que su responsabilidad en un espacio donde convivían hombres y mujeres. Si mamá trabajaba y no tenía tiempo de hacer todo esto, no era papá quien lo hacía sino otra mujer a la que semanalmente se le pagaba por sus labores. De cualquier modo, el trabajo del hogar y el trabajo emocional de cuidar a las crías lo asumía una mujer. En nuestras casas, cuando algo hacía falta o había tiempo de sobra, papá se levantaba y preguntaba “Cariño, ¿necesitas ayuda con algo?”. Mamá lo mandaba al mercado por el mandado, a cortar el pasto del jardín, a secar los trastes, a recoger a los niños de su clase de fútbol o a cambiar el foco de la sala. El papá orgulloso de su labor, se sentaba a descansar y leer su periódico. Sin saberlo, papá estaba incumpliendo en sus responsabilidades como co-propietario de un espacio, como pareja y padre de familia. Estaba siendo, inconscientemente, un macho más.
En otros contextos la realidad es mucho peor. Ambos padres trabajan, ambos padres tienen poco tiempo para tener un espacio impecable y unos hijos bien cuidados, ambos no pueden darse el lujo de pagarle a alguien más por ayuda. Pero es la mujer quien termina asumiendo las labores de crianza y estabilidad del hogar. En otros casos, solo existe la madre porque el padre se fue por los cigarros y no regresó, dejándole toda la carga emocional, física y económica a la mujer que día con día intenta darle las mejores condiciones a sus hijos. Aquella que en ocasiones busca a otro hombre para “ayudarle” con la crianza de los suyos, con los gastitos y a sentirse otra vez bella. Realmente busca a alguien que sea su igual y comparta las actividades y responsabilidades que conllevan compartir un espacio, no un ayudante.

Queridos lectores que tenemos el privilegio de permanecer en cuarentena en nuestras casas junto con nuestras madres, hermanas, hijas – hombres, sí, ustedes – re pensemos cuál ha sido y es nuestro rol en el hogar. Debemos dejar atrás el “Mamá, te ayudo a lavar los trastes” y simplemente hacernos responsables y decir “Mamá, voy a lavar los trastes”. No somos ayudantes, somos co-habitantes con igualdad de derechos y deberes; no ayudamos en un hogar, sino que lo compartimos. Ser conscientes de cuántas veces nos hemos deslindado de la crianza de nuestros hijos no es algo fácil… pero podemos empezar por preguntarnos cuándo hemos sido nosotros quienes los consuelan, los escuchan, los curan, les ahuyentan sus pesadillas y entonces, comenzar a ser quienes nos hacemos cargo de sus emociones, sus miedos, su desarrollo y crecimiento. A las parejas y los esposos, no más solo cambiar un foco y mover los muebles, comencemos por tomar iniciativa sin que algo se nos pida; si algo hace falta, si algo no se ha hecho, hagámoslo. Enseñemos a nuestros hijos que nuestros espacios son compartidos y que ello implica que se hagan igualmente responsables.
Que este tiempo de constante convivencia y encierro prolongado nos sirva a manera de reflexión para dejar de ser un ayudante más. Dejemos también de romantizar las imágenes de las madres trabajadoras que se muestran en los comerciales, aquellas que tienen tiempo de todo y son multifuncionales. Si las mujeres hemos aprendido a serlo, ha sido porque históricamente el papel del hombre ha sido parcialmente ausente. El arte de ayudar debe desaparecer en los hombres y la co-responsabilidad debe ser el nuevo lema a seguir.